La Palabra de
Dios viviente en la Tradición-Escritura
1.
Texto
Tradición y Escritura
17. Al reafirmar el vínculo
profundo entre el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, hemos sentado también
las bases para comprender el sentido y el valor decisivo de la Tradición viva y
de las Sagradas Escrituras en la Iglesia. En efecto, puesto que «tanto amó Dios
al mundo, que entregó a su Hijo único» (Jn3,16), la Palabra divina,
pronunciada en el tiempo, fue dada y «entregada» a la Iglesia de modo
definitivo, de tal manera que el anuncio de la salvación se comunique
eficazmente siempre y en todas partes. Como nos recuerda la Constitución
dogmática Dei Verbum, Jesucristo mismo «mandó a los
Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad
salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos:
el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su
boca. Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su
predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que
habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo
les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por
escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo».[56]
El Concilio Vaticano II recuerda también que esta
Tradición de origen apostólico es una realidad viva y dinámica, que «va
creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo»; pero no en el sentido
de que cambie en su verdad, que es perenne. Más bien «crece la comprensión de
las palabras y las instituciones transmitidas», con la contemplación y el
estudio, con la inteligencia fruto de una más profunda experiencia espiritual,
así como con la «predicación de los que con la sucesión episcopal recibieron el
carisma seguro de la verdad».[57]
La Tradición viva es esencial para que la Iglesia
vaya creciendo con el tiempo en la comprensión de la verdad revelada en las
Escrituras; en efecto, «la misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon
de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga
siempre activos».[58]
En definitiva, es la Tradición viva de la Iglesia la que nos hace comprender de
modo adecuado la Sagrada Escritura como Palabra de Dios. Aunque el Verbo de
Dios precede y trasciende la Sagrada Escritura, en cuanto inspirada por Dios,
contiene la palabra divina (cf. 2 Tm 3,16) «en modo muy singular».[59]
18. De aquí se deduce la
importancia de educar y formar con claridad al Pueblo de Dios, para acercarse a
las Sagradas Escrituras en relación con la Tradición viva de la Iglesia, reconociendo
en ellas la misma Palabra de Dios. Es muy importante, desde el punto de vista
de la vida espiritual, desarrollar esta actitud en los fieles. En este sentido,
puede ser útil recordar la analogía desarrollada por los Padres de la Iglesia
entre el Verbo de Dios que se hace «carne» y la Palabra que se hace «libro».[60]
Esta antigua tradición, según la cual, como dice san Ambrosio, «el cuerpo del
Hijo es la Escritura que se nos ha transmitido»,[61]
es recogida por la Constitución dogmática Dei Verbum, que afirma: «La Palabra de Dios,
expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la
Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo
semejante a los hombres».[62]
Entendida de esta manera, la Sagrada Escritura, aún en la multiplicidad de sus
formas y contenidos, se nos presenta como realidad unitaria. En efecto, «a
través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una
palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb
1,1-3)»,[63]
como ya advirtió con claridad san Agustín: «Recordad que es una sola la Palabra
de Dios que se desarrolla en toda la Sagrada Escritura y uno solo el Verbo que
resuena en la boca de todos los escritores sagrados».[64]
En definitiva, mediante la obra del Espíritu Santo
y bajo la guía del Magisterio, la Iglesia transmite a todas las generaciones
cuanto ha sido revelado en Cristo. La Iglesia vive con la certeza de que su
Señor, que habló en el pasado, no cesa de comunicar hoy su Palabra en la
Tradición viva de la Iglesia y en la Sagrada Escritura. En efecto, la Palabra
de Dios se nos da en la Sagrada Escritura como testimonio inspirado de la
revelación que, junto con la Tradición viva de la Iglesia, es la regla suprema
de la fe.[65]
2. Claves de profundización y reflexión teológica
Todo el contenido precedente acerca de
la Palabra de Dios y sus múltiples formas mostraba una cierta novedad en el
magisterio de la Iglesia. Ha sido una visión no tratada oficialmente hasta
ahora, de una manera tan visto y atractiva, en el magisterio de la Iglesia.
Ahora se quiere afrontar, en esta
Historia de la Palabra que vamos trazando, la marcha de la Palabra por la
tradición de la Iglesia que desemboca en la Palabra escrita: la Escritura.
El punto de partida es este:
- el amor de Dios
- que se cumplió totalmente en el donde
de Cristo,
- y tiene que cumplir siempre / en todas
partes / y hasta el final.
Es el don desbordado que nace del
misterio de la Encarnación.
Dice, pues, la Exhortación apostólica:
“…puesto que «tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único» (Jn3,16), la Palabra divina, pronunciada en el tiempo,
fue dada y «entregada» a la Iglesia de modo definitivo, de tal manera que el
anuncio de la salvación se comunique eficazmente siempre y en todas partes”.
Todo lo que a continuación se expone es la doctrina
del Concilio en la “Dei Verbum”, documento grandioso y definitivo para estos
conceptos centrales de Tradición, Escritura y Magisterio.
Nos remitimos, pues, a los textos del Concilio:
Nota 9.
Guadalajara, 12 septiembre 2012.
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