Ficha 11 Benedicto XVI introducción a Jesús de Nazaret



Prólogo al libro de Benedicto XVI Jesús de Nazaret, II parte (2010): Una clase de hermenéutica científica

Como último tramo de nuestras varias materias – que científicamente son tratados diferentes – de “Introducción a la Sagrada Escritura”, estamos hablando de HERMNÉUTICA, de hermenéutica bíblica que es específicamente distinta de una hermenéutica general de textos antiguos. El motivo de esta diferencia es que nosotros, de partida, aceptamos el texto bíblico como texto divinamente inspirado.
Llegamos a los cuatro Evangelios, los cuales tratan de verter como contenido al Vida y mensaje de Jesús de Nazaret, de una identidad singular: la mismo persona es el Histórico y el Resucitado. ¿Cuál es la correcta hermenéutica para alcanzar la verdad que el texto bíblico transmite?
El Prólogo a la II parte es iluminador para entender cuál es la hermenéutica adecuada para abordar el texto de los cuatro Evangelios. Nos impresiona, en especial, esta constatación que hace el Papa – como antiguo profesor y siempre como creyente estudioso – del método llamado “histórico-crítico”.
Una cosa me parece obvia: en doscientos años de trabajo exegético la interpretación histórico-crítica ha dado ya lo que tenía que dar de esencial. Si la exégesis bíblica científica a no quiere seguir agotándose en formular siempre hipótesis distintas, haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico.
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PRÓLOGO

Puedo presentar finalmente al público la segunda parte de mi libro sobre Jesús de Nazaret. Dadas las numerosas reacciones a la primera parte, que ciertamente eran de esperar, me ha animado mucho el que grandes maestros de la exégesis, como Martin Hengel, lamentablemente fallecido entretanto, así como Peter Stuhlmacher y Franz Mußner, me hayan confirmado explícitamente en el proyecto de continuar este trabajo y llevar a término la obra iniciada. Aunque no se identifican con todos los detalles de mi libro, lo han considerado, tanto desde el punto de vista del método como del contenido, una contribución importante que debería ser completada.
También ha sido para mí un motivo de alegría que el libro haya ganado en este tiempo, por decirlo así, un hermano ecuménico en la voluminosa obra Jesus (2008), del teólogo protestante Joachim Ringleben. Quien lea los dos libros notará, por un lado, la gran diferencia en el modo de pensar y en los planteamientos teológicos determinantes, en los que se manifiesta concretamente la distinta procedencia confesional de los dos autores. Pero, al mismo tiempo, se observa la profunda unidad en la comprensión esencial de la persona de Jesús y de su mensaje. Si bien con enfoques dispares, es la misma fe la que actúa, produciendo un encuentro con el mismo Señor Jesús. Espero que ambos libros, en su diversidad y en su esencial sintonía, sean un testimonio ecuménico que, a su modo, pueda servir en este tiempo a la misión fundamental común de los cristianos.
He podido comprobar también con gratitud que la discusión sobre el método y la hermenéutica de la exégesis, y sobre la exégesis como disciplina histórica y teológica a la vez, se está haciendo más vivaz, no obstante ciertas resistencias hacia los nuevos pasos. Me parece de particular interés el libro de Marius Reiser, Bibelkritik und Auslegung der Heiligen Schrift, publicado en 2007, en el que se recoge un conjunto de ensayos publicados precedentemente, dotándoles de una unidad interna y ofreciendo indicaciones relevantes para las nuevas vías de la exégesis, sin abandonar la importancia que siempre tiene el método histórico-crítico.
Una cosa me parece obvia: en doscientos años de trabajo exegético la interpretación histórico-crítica ha dado ya lo que tenía que dar de esencial. Si la exégesis bíblica científica a no quiere seguir agotándose en formular siempre hipótesis distintas, haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico. Debe aprender que la hermenéutica positivista, de la que toma su punto de partida, no es expresión de la única razón válida, que se ha encontrado definitivamente a sí misma, sino que constituye una determinada especie de racionabilidad históricamente condicionada, capaz de correcciones e integraciones, y necesitada de ellas. Dicha exégesis ha de reconocer que una hermenéutica de la fe, desarrollada de manera correcta, es conforme al texto y puede unirse con una hermenéutica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad metodológica.
Naturalmente, esta articulación entre dos géneros de hermenéutica muy diferentes entre sí es una tarea que ha de realizarse siempre de nuevo. Pero dicha articulación es posible, y por medio de ella las grandes intuiciones de la exégesis patrística podrán volver a dar fruto en un contexto nuevo, como demuestra precisamente el libro de Reiser. No pretendo afirmar que en mi libro esté ya totalmente acabada esta integración de las dos hermenéuticas. Pero espero haber dado un buen paso en dicha dirección. En el fondo, se trata de retomar finalmente los principios metodológicos para la exégesis formulados por el Concilio Vaticano II (cf. Dei Verbum 12), una tarea en la que, desgraciadamente, poco o nada se ha hecho hasta ahora.
Llegados a este punto, quizás sea útil poner de relieve una vez más la intención que guía mi libro. No creo que sea necesario decir expresamente que no he querido escribir una «Vida de Jesús». Por lo que a esto se refiere, hay ya obras excelentes sobre las cuestiones cronológicas y topográficas; me remito en particular a Joachim Gnilka, Jesus von Nazareth. Botschaft und Geschichte, y a la obra fundamental de John P. Meier, A Marginal Jew (3 volúmenes, Nueva York 1991, 1994, 2001).
Un teólogo católico ha calificado mi libro, junto a la obra maestra de Romano Guardini, El Señor, como «cristología desde arriba», poniendo en guardia sobre los peligros que ello comporta. En realidad, no he intentado escribir una cristología. En el ámbito de lengua alemana tenemos un grupo importante de cristologías, desde las de Wolfhart Pannenberg y Walter Kasper hasta la de Christoph Schönborn, a las que ahora debe añadirse la gran obra de Karl-Heinz Menke, Jesus ist Gott der Sohn (2008).
Mi intención se ve más claramente si se compara con el tratado teológico sobre los misterios de la vida de Jesús, al que Tomás de Aquino ha dado una forma clásica en su Suma Teológica (S. Theol., III, qq. 27-59). Si bien mi libro tiene muchos puntos de convergencia con este género de tratado, se coloca sin embargo en un contexto histórico-espiritual diferente, y por eso tiene también una orientación intrínseca distinta, que condiciona de manera esencial la estructura del texto.
En el Prólogo a la primera parte de esta obra decía que mi deseo era presentar «la figura y el mensaje de Jesús». Tal vez hubiera sido acertado poner estas dos palabras —figura y mensaje— como subtítulo al libro con el fin de aclarar su intención de fondo. Podría decirse, exagerando un poco, que quería encontrar al Jesús real, sólo a partir del cual es posible algo así como una «cristología desde abajo». El «Jesús histórico», como aparece en la corriente principal de la exégesis crítica, basada en sus presupuestos hermenéuticos, es demasiado insignificante en su contenido como para ejercer una gran eficacia histórica; está excesivamente ambientado en el pasado para dar buenas posibilidades de una relación personal con Él. Conjugando las dos hermenéuticas de las que he hablado antes, he tratado de desarrollar una mirada al Jesús de los Evangelios, un escucharle a Él que pudiera convertirse en un encuentro; pero también, en la escucha en comunión con los discípulos de Jesús de todos los tiempos, llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús.
Este cometido era aún más difícil en esta segunda parte del libro, porque es aquí donde se encuentran las palabras y los acontecimientos decisivos de la vida de Jesús. He tratado de mantenerme al margen de posibles controversias sobre muchos elementos particulares y reflexionar únicamente sobre las palabras y las acciones esenciales de Jesús. Y esto guiado por la hermenéutica de la fe, pero teniendo en cuenta al mismo tiempo con responsabilidad la razón histórica, necesariamente incluida en esta misma fe.
Aunque siempre quedarán naturalmente detalles que discutir, espero sin embargo que haya podido acercarme a la figura de Nuestro Señor de una manera que pueda ser útil a todos los lectores que desean encontrarse con Jesús y creerle.
Al presentar así el objetivo de fondo del libro, es decir, comprender la figura de Jesús, su obra y su palabra, es obvio que los relatos de la infancia no podían estar comprendidos directamente en la intención esencial de esta obra. No obstante, deseo intentar ser fiel a mi promesa (cf. primera parte, p. 20) y presentar también un pequeño fascículo sobre dicho argumento, si se me conceden las fuerzas necesarias para ello.

Roma, en la fiesta de San Marcos, 25 de abril de 2010
Joseph Ratzinger — Benedicto XVI

Aviso muy útil
Si quieres encontrar íntegro el libro de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret II parte (2010), pincha en este sitio de Internet, donde lo tienes en formato PDF:
http://bibliotecasolidaria.blogspot.mx/2011/06/jesus-de-nazaret-2-parte-de-benedicto.html

Ficha 10 La Palabra de Dios, alma y fuente de la comunión y del testimonio



La Palabra de Dios, alma y fuente de la comunión y del testimonio
(Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, Beirut, 14 septiembre 2012)


 Noticia
El Papa Benedicto XVI acaba de hacer una visita pastoral al Líbano, del viernes a domingo pasado, 14-15-16 septiembre 2012.
El día 14, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz firmó entregó la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, fruto de Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio, reunida en torno al Sucesor de Pedro del 10 al 24 de octubre de 2010. La exhortación, después de una introducción, tiene tres partes y una conclusión, y procede así:

PRIMERA PARTE [7]
« En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros
y os tenemos presentes en nuestras oraciones » (1 Ts 1,2)
El contexto (nn. 8-10)
La vía cristiana y ecuménica (nn. 11-18)
El diálogo interreligioso (nn. 19-28)
Dos nuevas realidades (nn. 29-30)
Los emigrantes (nn. 31-36)

SEGUNDA PARTE (nn. 37-38)
« El grupo de los creyentes tenía un solo corazón
y una sola alma » (Hch 4,32)
Los patriarcas (nn. 39-40)
Los obispos (nn. 41-44)
Los sacerdotes, los diáconos
y los seminaristas (nn. 45-50)
La vida consagrada (nn. 51-54)
Los laicos (nn. 55-57)
La familia (nn. 58-61)
Los jóvenes y los niños (nn. 62-65)

TERCERA PARTE (nn. 66-67)
« Nosotros predicamos a Cristo crucificado…
que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios » (1 Co 1,23-24)
La Palabra de Dios, alma y fuente de la comunión
y del testimonio (nn. 68-74)
La liturgia y la vida sacramental (nn. 75-81)
La oración y las peregrinaciones (nn. 82-84)
La evangelización y la caridad: misión de la Iglesia
(nn. 85-91)
La catequesis y la formación cristiana (nn. 92-94)
CONCLUSIÓN (nn. 95-100)

Este acto de entrega tuvo lugar en la Basílica de San Pablo Harissa en Beirut, y en su discurso el Papa se expresaba así.

“Es providencial que este acto tenga lugar precisamente en el día de la Fiesta de la Cruz gloriosa, cuya celebración nació en Oriente en el año 335, al día siguiente de la Dedicación de la Basílica de la Resurrección, construida sobre el Gólgota y el sepulcro de Nuestro Señor, por el emperador Constantino el Grande, al que veneráis como santo. Dentro de un mes se celebrará el 1.700 aniversario de la aparición que le hizo ver, en la noche simbólica de su incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que una voz le decía: «Con este signo vencerás». Más tarde, Constantino firmó el edicto de Milán y dio su nombre a Constantinopla. Pienso que la Exhortación puede ser leída e interpretada a la luz de la fiesta de la Cruz gloriosa y, de modo particular, a partir del crismón, la X (khi) y la P (rhô), las dos primeras letras de la palabra Χριστός. Esa lectura conduce a un verdadero redescubrimiento de la identidad del bautizado y de la Iglesia y, al mismo tiempo, constituye como una llamada al testimonio en la comunión y a través de ella. La comunión y el testimonio cristiano, ¿acaso no se fundan en el Misterio pascual, en la crucifixión, en la muerte y resurrección de Cristo? ¿No alcanzan en él su pleno cumplimiento? Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la resurrección, que un cristiano no puede olvidar. Sin este vínculo, exaltar la cruz significaría justificar el sufrimiento y la muerte, no viendo en ello más que un fin inevitable. Para un cristiano, exaltar la cruz quiere decir entrar en comunión con la totalidad del amor incondicional de Dios por el hombre. Es hacer un acto de fe. Exaltar la cruz, en la perspectiva de la resurrección, es desear vivir y manifestar la totalidad de este amor. Es hacer un acto de amor. Exaltar la cruz lleva a comprometerse a ser heraldos de la comunión fraterna y eclesial, fuente del verdadero testimonio cristiano. Es hacer un acto de esperanza”.
Pensamos que esta Exhortación es una auténtica joya espiritual, hablando de la tierra de los patriarcas y de los profetas, de la tierra donde nació la vida consagrada, y trazando un plan espiritual de vida bajo la consigna de “Comunión y Testimonio”.
Al paso de nuestras explicaciones, nos interesa de un modo muy particular los números que de modo explícito se refieren a la Palabra de Dios, que van en la pura sintonía de la Verbum Domini, cuya lectura personal y comunitariamente aconseja el Papa.
Agregamos, pues, estos párrafos como material de estudio en nuestro propósito.


La Palabra de Dios, alma y fuente de la comunión y del testimonio
 68. «Y perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles» (Hch 2,42). Con esta afirmación, san Lucas hace de la primera comunidad el prototipo de la Iglesia apostólica, es decir, fundada sobre los Apóstoles elegidos por Cristo y sobre sus enseñanzas. La misión principal de la Iglesia, recibida de Cristo mismo, es la de custodiar intacto el depósito de la fe apostólica (cf. 1 Tm 6,20), fundamento de su unidad, proclamando esta fe al mundo entero. La enseñanza de los Apóstoles ha explicitado la relación de la Iglesia con las Escrituras de la primera Alianza, que llegan a su cumplimiento en la persona de Jesucristo (cf. Lc 24,44-53).
69. La meditación del misterio de la Iglesia como comunión y testimonio a la luz de las Escrituras, este gran «libro de la Alianza» entre Dios y su pueblo (cf. Ex 24,7), lleva al conocimiento de Dios, «luz en mi sendero» (Sal 119,105), para que mi pie no tropiece (cf. Sal 121,3).[67] Que los fieles, herederos de esta Alianza, busquen siempre la verdad en toda la Escritura inspirada por Dios (cf. 2 Tm 3,16-17). Esta no es un objeto de curiosidad histórica, sino la «obra del Espíritu Santo, en la cual podemos escuchar la voz misma del Señor y conocer su presencia en la historia»[68], en nuestra historia humana.
70. Las escuelas exegéticas de Alejandría, Antioquía, Edesa o Nisibis, contribuyeron en gran medida a la inteligencia y a la formulación dogmática del misterio cristiano en los siglos IV y V.[69] Toda la Iglesia les está agradecida. Los partidarios de diversas corrientes de interpretación de los textos coincidían sobre algunos principios tradicionales en exégesis, comúnmente admitidos por las Iglesias de Oriente y Occidente. El más importante es el creer que Jesucristo encarna la unidad intrínseca de los dos Testamentos y, por consiguiente, la unidad del designio salvífico de Dios en la historia (cf. Mt 5,17). Los discípulos comenzaron a comprender esta unidad sólo a partir de la Resurrección, cuando Jesús fue glorificado (cf. Jn 12,16). A continuación viene la fidelidad a una lectura tipológica de la Biblia, de acuerdo con la cual algunos hechos del Antiguo Testamento son una prefiguración (tipo y figura) de las realidades de la Nueva Alianza en Jesucristo, clave de lectura de toda la Biblia (cf. 1 Co 15,22. 45-47; Hb 8,6-7). Los textos litúrgicos y espirituales de la Iglesia testimonian la permanencia de estos dos principios de interpretación que estructuran la celebración eclesial de la Palabra de Dios e inspiran el testimonio cristiano. En este sentido, el Concilio Vaticano II precisó ulteriormente que, para descubrir el sentido exacto de los textos sagrados, hay que prestar atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe[70]. En la perspectiva de un acercamiento eclesial a la Biblia, será de gran ayuda una lectura individual y en grupo de la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini.
71. La presencia cristiana en los países bíblicos de Oriente Medio va mucho más allá de una pertenencia sociológica o de un simple logro económico y cultural. La presencia cristiana tomará un nuevo impulso si recupera la savia de los orígenes, siguiendo a los primeros discípulos elegidos por Jesús para ser sus compañeros y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14). Para que la Palabra de Dios sea el alma y el fundamento de la vida cristiana, la difusión de la Biblia en las familias favorecerá la lectura y la meditación cotidiana de la Palabra de Dios (lectio divina). Así se pone en práctica de manera apropiada una auténtica pastoral bíblica.
72. Los medios de comunicación modernos pueden ser un instrumento apto para el anuncio de la Palabra, y favorecer su lectura y meditación. Con una explicación sencilla y accesible de la Biblia, se contribuirá a despejar muchos prejuicios o ideas erróneas sobre ella, de las cuales provienen controversias inútiles y humillantes[71]. En este sentido, sería oportuno que incluyera las distinciones necesarias entre inspiración y revelación, puesto que la ambigüedad de estos dos conceptos en el espíritu de muchos falsea su modo de entender los textos sagrados, lo que no deja de tener consecuencias para el futuro del diálogo interreligioso. Estos medios pueden ayudar también a la difusión del magisterio de la Iglesia.
73. Para alcanzar estos objetivos, conviene sostener los medios de comunicación ya existentes y favorecer el desarrollo de nuevas estructuras apropiadas. La formación de un personal especializado en este sector neurálgico, no sólo desde el punto de vista técnico, sino también doctrinal y ético, es una urgencia cada vez mayor, de modo especial con vistas a la evangelización.
74. Pero, independientemente del puesto que se les asigne, el uso de los medios de comunicación social no podrá sustituir a la meditación de la Palabra de Dios, su interiorización y su aplicación para responder a las cuestiones de los fieles. Nacerá así en ellos una familiaridad con las Escrituras, una búsqueda y una profundización de la espiritualidad, y un compromiso en el apostolado y en la misión[72]. Teniendo en cuenta las condiciones pastorales de cada país de la región, se podría proclamar eventualmente un Año bíblico, seguido, si se considera oportuno, de una Semana anual de la Biblia[73].
Notas
[67] Cf. Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 24: AAS 102 (2010), 704.
[68] Ibíd., 19: AAS 102 (2010), 701.
[69] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 14.
[70] Cf. Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 12.
[71] Cf. Propositio 2.
[72] Cf. ibíd.
[73] Cf. Propositio 3.

Guadalajara, 18 septiembre 2012

Ficha 9 Palabra de Dios en Dei Verbum: Tradición, Escritura, Magisterio



Palabra de Dios en Dei Verbum: Tradición, Escritura, Magisterio

CAPITULO II
de la Constitución Dei Verbum

TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

1. Texto y
2. Claves de comprensión

Transcribimos el texto íntegro del Capítulo II de la constitución dogmática Dei verbum sobre la divina revelación.
Juntamos en la misma sección “texto” y “claves” (véase las notas anteriores). Con el procedimiento de distintos colores y tamaños vamos presentando el texto como lo fuimos explicando sobre la pantalla, indicando de este modo la densidad y trasfondo de las frases y de las palabras.
En la edición manual de los documentos del Concilio de la BAC (BAC Minor), al hacer la introducción histórica, se comienza anotando:
“Los historiadores del Concilio hablarán largamente de la Constitución dogmática Dei Verbum como de la gestación más dramática, porque dio lugar a un giro cardinal de la orientación de aquel al mes de comenzado, después de un debate intenso, una votación que apasionó a muchos y una intervención personal del papa Juan XXIII…”
Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones.
Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio, comunicándoles los dones divinos.
Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, LO COMPLETÓ El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación.
Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo del magisterio". Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma
la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles,
progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo:
puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas,
ü  ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y,
ü  ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales,
ü  ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante.
Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados,
y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16). 
Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura
9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de
la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin.
Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad. 
Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio
10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

3. Puntos de reflexión

Este nuevo enfoque de la revelación cambiaba o, al menos, reorientaba lo que era exposición común de los manuales de teología: de Fontibus Revelationis. Las fuentes de la revelación son dos: la Escritura y la Tradición.
Contra este modo de pensar véase las observaciones del teólogo perito del Concilio, Joseph Ratzinger. Six tetxs by Prof. Joseph Ratzinger as peritus before and during Vatican Council II. Translation and annotations by Jared Wicks, S.J., en: Gregorianum 89, 2(2008) 233-311.
Según este enfoque esencial e integrador
1) La revelación plenaria la ha entregado Dios por su Hijo, en el Espíritu Santo, al mundo, en el acontecimiento de su Hijo para todos los hombres, para todas las edades.
2) En esa revelación, acontecida de una vez para siempre se contiene toda la verdad salvífica: todo lo que hay que creer, todo lo que hay que obrar en orden a la salvación.
3) Esta revelación – que podemos llamar el Evangelio – no requiere ninguna nueva revelación.
4) El Señor se manifestará en la gloria del Padre en la Parusía y entonces Dios será todo en todos.
5) El anuncio del Evangelio Jesús lo entrega a los Apóstoles y de los Apóstoles para a la Iglesia.
6) Definitivamente no se hablará de dos fuentes de revelación, como si fuesen dos canales parciales y complementarios, sino que la Palabra de Dios íntegra se nos entrega en la Tradición.
7) La Escritura no es nada sin la Tradición, y la Tradición sin la Escritura no sería la Tradición comunicada por los Apóstoles.
8) El Magisterio no es una instancia complementaria a la Escritura, ni está sobre al Escritura, sino que está al servicio de la Escritura. El Magisterio en la Tradición de la Iglesia es la vivencia de la Escritura; y, en definitiva, Tradición, Escritura y Magisterio, realidades indisolubles una de la otra, actualización la operación del Espíritu en la Iglesia, actualizando la presencia del Señor hasta su vuelta.

Guadalajara, 18 octubre 2012.